viernes, 18 de abril de 2014

No hay parada en 5 de Mayo


La vi por primera vez por ahí de Marzo, de camino al centro, 7:45 de la mañana 
ella ya estaba esperando el camión; un saco negro y pelo recogido, o a veces cuando el día iba a ser más caluroso ella venía con una blusa ligera de un color claro y sus 
infalibles khakis, al igual que con una nariz y unas cejas que le daban un porte sin igual.

Siempre me sentaba del lado derecho para verla unos segundo más antes de que subiera, pero lo que en verdad llamaba mi atención era que sonreía, no era una sonrisa de modelo, incluso tenía algunos dientes chuecos, pero ella siempre sonreía al subir; nadie hace eso de camino al trabajo en la mañana, al menos yo no lo hago, ni los demás que vamos en la ruta 26 directo al centro sin parada en 5 de Mayo.

Ella subía, le daba las monedas al chofer y buscaba un lugar con la mirada y su boca, que parecía retar al día con una felicidad a la cual yo no le encontraba el menor sentido. A esa hora de la mañana no éramos tantos y el camión siempre tenía asientos vacíos, así que tuve que idear un plan para que se sentara junto a mí. Probé ir un día con una camisa amarilla; obviamente fue como anunciarle que era venenoso, sin mencionar el cuidado que me tuvo la gente en el trabajo el resto del día para que no los mordiera; luego intenté con comida, conseguí un pequeño pay de queso que abrí en el camión para liberar su cremoso aroma, si, no creo que ella sea muy diferente a mí, ambos tomamos el mismo camión en las mañanas y seguramente tuesta el pan al hacer un lonche por seguridad, el pay de queso será un buen sebo, yo seguiría el olor así lo tenga un sujeto con una fea camisa amarilla; no funcionó.

Para la segunda semana probé ir más discreto con una camisa gris y sin corbata, un completo nadie, y sin buscarlo al subir ella me lanzó una sonrisa tal que era digna de una ovación de pie, de esas donde se aplaude con los pies, y así lo había descifrado. Vivir en colores chillantes y con suculentos platillos le habían mandado un mensaje equivocado, probablemente pensó que irradiaba alegría como ella, que podía cuidarme yo solo, y el día en que no intenté nada especial, sintió que debía darme un empujón, solo tenía que seguir siendo el hombre más miserable de camino al trabajo para seguir disfrutando de esa sonrisa.

Al principio fue fácil, un poco despeinado de un lado, sin rasurar, zapatos sucios, la maleta con tierra o a veces sin maleta y con todos mis papeles amarrados con una liga, de esta forma me ganaba su ayuda; me hice maestro de la actuación, practicaba todas las noches frente al espejo para logar las miradas mas perdidas y calculaba cuándo me encontraria en su campo visual para que me viera aventando un suspiro decepcionado o recargando la cabeza en la ventana. Me hice un adicto, cada día  buscaba la forma de parecer más patético, que sintiera lástima por mi, fumaba antes de salir de la casa en el baño con las ventanas cerradas para apestar e irritarme los ojos; no me gusta el cigarro.

Podíamos decir que mi vida era perfecta, no hubiera cambiado nada; pero si la vida se quedara justo como la queremos no existirían las cantinas ni tantas canciones que duelen, cometí un error. Un día, que no habría querido recordar nunca más, no pude contenerme; ella me sonrió, y yo también. Eso fue todo, estaba curado.

A partir de ese día no la volví a ver mas. Primero pensé que se le había hecho tarde, luego que quizás ahora ella salía más temprano, pero pasaron las mañanas y todo fue como antes; sube, 6.50 al chofer, toma tu lugar, escucha a la viejilla que pregunta si no hay parada en 5 de Mayo, luego te mueres.

Quiero pensar que no fue mi culpa pero no tengo otra pista; quizás ella está ahora con alguien más, un hombre más miserable que yo que supo como no sonreír jamás.

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